Por Leonor María Asilis Elmudesi
Se acerca el gran día en que la humanidad celebra la gran fiesta de la Navidad, Dios con nosotros.
El gran misterio de la encarnación De Dios en Jesús, su Unigénito.
El misterio inefable de cómo Dios todopoderoso, creador, hace lo que Él hizo.
Humildad extrema. Así nos enseña a despojarnos de nuestra gran soberbia.
Nos demuestra con su acción el título incomprensible de ser el hijo del hombre.
Nos señala que la vía de la exaltación no es servirse sino servir, no es ser amado, sino amar y perdonar, que es dando como recibimos.
En este tiempo de gracia cuando el mundo nos invita a envolvernos en el materialismo, desenfreno en fiestas sin sentido, y bebedera sin control, el Emmanuel con su pequeñez, con su silencio y humildad nos llama al silencio, a la introspección, a un cambio de vida, favorable y plenificable en El, donde a través suyo todo cambia de sentido hacia la libertad y gozo interior atraído por su amor infinito como jamás nadie superara su intensidad porque nos amó en extremo hasta dar su vida en una cruz por nosotros.
Celebremos su cumpleaños agradeciéndole su presencia en nuestra vida hablando y sobre todo escuchándole en la oración. Solo así, sabremos cuánto nos ama y cuál es nuestra misión en la vida. Esto es muy importante, ya que ese fue su gran mensaje refiriéndose a su Padre, nuestro Padre cuando nos enseñó a orar el Padre Nuestro, “Hágase tu Voluntad.
No puedo terminar estas líneas sin referirme a su Madre, nuestra Madre: María. Ella por igual, en las pocas palabras que quedaron escritas en el Evangelio nos dijo en el gran acontecimiento, el primer milagro de Jesús en Caná de Galilea: “Hagan lo que Él les diga”. Lo mejor de todo, el resultado de aquel consejo maternal tuvo un efecto inmediato: de la escasez se recibió la providencia.
Y tampoco puedo dejar de mencionar a San José, aquel hombre justo, que supo acatar en sueños la voz del Padre y acompañar a María, en su cuidado hasta el nacimiento y crianza de Jesús, emigrando a Egipto cuando así se lo pidió el Padre y volviendo a Israel cuando se lo indico. Me admira su silencio, me fascina su intrepidez en la obediencia, pero sobre todo su gran dicha de adoptar a todo un Dios que quiso, y aun quiere caminar con nosotros.
Que la Sagrada Familia nos cobije y ayude a celebrar y vivir la vida plena como Dios manda.
¡Feliz Navidad!
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